Vaya por delante a modo de aclaración
que estas líneas que estáis leyendo ahora mismo no poseen rigor científico
alguno. No dispongo de ningún tipo de informe o estudio agroalimentario que
justifique mis palabras. Simplemente, lo que escribo, responde a una necesidad
vital de rendir un sincero homenaje a la tierra que me vio nacer y que niña
tanto detesté y ahora tanto adoro. ¡Bendita madurez y serenidad la que te
aportan los años!
La Ribeira Sacra es mucho más que
naturaleza, paisaje, ríos y angostos cañones de vistas espectaculares. Las
gentes que han habitado desde tiempos inmemoriales estas tierras han sabido ver
su potencial como tierras fértiles y han sabido, quizá por esas agudeza de
ingenio que te dan los malos tiempos, trabajarlas, cuidarlas y conseguir así
mantener un dignísimo nivel de vida. Y es que si nos imaginásemos situados en
medio del Sil, subidos a un barco, podríamos parafrasear al gran Espronceda con
toda la humildad posible y decir aquello de “uva a un lado, castaña al otro y allá en su frente, la inmensidad”.
Porque la Ribeira Sacra también es
riqueza culinaria. De la uva, de la Denominación de Origen Ribeira Sacra y de
la archiconocida Viticultura Heroica poco queda ya por decir. De sobra
conocidos y admirados son sus caldos producto no sólo de la climatología
especial de la zona sino también de las características inigualables de sus
suelos y famosos son también sus bancales
de piedra hechos así para facilitar vendimias pero también porque la piedra
mantiene el calor del sol que favorece el desarrollo de la vid.
Pero ésta sólo es una parte de la
Ribeira. Porque como decíamos, si miramos al otro lado, nuestra vista se pierde
en bosques de castaños centenarios, algunos tan altos, que, al igual que ocurre
con las catedrales góticas, parecen querer crecer para estar más cerca de la
Perfección. Y esta parte es mucho menos conocida. Quizá porque la castaña de la
zona aún no tiene una Denominación de Origen o quizá porque aún no hay estudios
que demuestren las propiedades de este producto, que sin duda las tiene. El
caso es que así como hay una “Viticultura Heroica” también hay una, por decirlo
de alguna manera, “Catañeira Heroica”(uso el término “castañeira” que en
gallego alude a la época del año en la que se recogen las castañas). Porque muy
pocos saben que en las laderas empinadas del otro lado del Sil, los
agricultores de la zona, también bajan hasta la misma orilla de los ríos a
recoger el fruto; que, al igual que con la uva, las castañas se recogen en
sacos que serán transportados a la espalda de los agricultores hasta las
llanuras en donde se quedan los coches. Que a la dificultad del terreno se
añade que los caminos están a menudo cubiertos de maleza debido al progresivo
abandono de estas tareas por el envejecimiento poblacional, que la mayoría son
tan sólo vías estrechas compartidas a partes iguales por los humanos y la fauna
de la zona como el jabalí, que destroza a su paso los senderos. Y que al igual
que la uva se distribuye en bancales, los terrenos aquí se organizan en “gavias”
(palabra gallega cuyo significado en castellano desconozco y que hace
referencia a pequeños balcones que los agricultores crean en la tierra para
evitar que la castaña, en su caída, ruede hasta el fondo del terreno).
Quizá algún día, espero que no muy
lejano, dispongamos de estudios que nos hablen de las propiedades de la castaña
de la Ribeira Sacra y que la designen como una variedad única y propia de esta
zona. Porque aunque la provincia de Ourense es rica en este producto, sin
desmerecer a las demás, estoy convencida que en poco o nada se parece la castaña
de la Ribeira Sacra a la de otras partes de la provincia. Me remito a la
sabiduría popular cuando digo que la castaña ribeirana es de tamaño mediano y
de un color rojizo brillante; que cuando la abres tiene una piel interior de
color amarillo pajizo bastante dura porque su función es proteger a la castaña
de los pinchos de los erizos en los que crecen y que al cocinarla, en
cualquiera de sus variedades culinarias, su sabor es diferente.
Es un producto tan típicamente
nuestro, al que sucesivas generaciones de gallegos le deben tanto, que hasta
tiene una fiesta propia. El Magosto es una fiesta tradicional que consiste
básicamente en reunirse en torno a una hoguera en cuyas brasas se asarán
lentamente las castañas y una vez, hechas, en su degustación y disfrute
acompañadas de un pedazo de pan de leña y un buen vino, como no, de la Ribeira
Sacra.
Ha llegado el otoño y con él el
esplendor de los productos de esta tierra. Desde aquí quedáis todos invitados
al próximo magosto y así podréis decirme si tengo razón o no y en ese caso, si
debería tener mayor rigor científico. ¡Salud!