El pasado mes de febrero este nuestro
gobierno nos daba una “buena noticia”, lo cual ya es noticia en sí misma.
Después de muchas horas de reunión, arduas jornadas de trabajo, interminables
sesiones negociadoras, sin apenas dormir ni comer ni tomarse un triste café,
estos nuestros mandatarios aprobaban un plan para apoyar el empleo juvenil
dotado de un montón de dinero que saldrá como siempre del bolsillo de los
padres, abuelos y demás familia y amigos de los mismos jóvenes a los que se
dirige el plan. Bueno, la situación era insostenible y había que hacer algo
porque a nuestros amigos europeos no les gusta nada nadita que en este país los
jóvenes se pasen los días pateando las ciudades buscando un sitio en donde
poder trabajar un montón de horas por un sueldo muy, pero que muy inferior, a
sus capacidades y formación.
Lo dicho, se pusieron a trabajar y
aprobaron un plan que contempla un montonazo de medidas a corto y medio y largo
plazo para incentivar el empleo juvenil. Entiéndase por empleo juvenil aquel
que acoge a los menores de 30 años. Como digo, son un montón de medidas que
está por ver en los próximos meses si sirven de algo.
A la lectura de tal información en mi
diario de cabecera yo reflexiono y me pregunto: evidentemente es una obligación
de cualquier gobierno democrático el dotar de recursos a sus jóvenes (electores
o no) para que éstos puedan acceder a una formación y un empleo de calidad.
Evidentemente, a ningún gobierno le gusta que sus jóvenes y sobradamente
preparados universitarios emigren a otros países más si cabe cuándo no se sabe
qué pasará en los próximos años con el voto extranjero. Evidentemente, la
sociedad aplaude (yo incluida) estas iniciativas. Pero mi pregunta es: ¿qué
pasa con aquellos que ya pasamos la treintena y nos movemos más bien entre los
30 y los 45? Señores mandatarios; seguimos siendo licenciados (a pesar de que
para el Plan Bolonia todos seamos graduados); aportamos experiencia para
futuros empleos (sí, de aquellos años en los que este país se trabajaba);
cuando empezó la crisis y perdimos nuestros empleos no nos quedamos quietos
sino que hicimos un montón de cursos (la mayoría del SEPE) e incluso aprendimos
idiomas y, ¿para qué? Para nada. Si los que estamos entre los 30 y los 40 lo
tenemos difícil (y señores, somos los que mayoritariamente perdimos empleo por
aquello del boom del ladrillo y bla, bla, bla), los que pasan de los 40 ¡ay,
pobres!, son poco más que olvidados de la mano de Dios, sea cuál sea el Dios de
cada uno.
Por si algún político de turno lee
esto algún día, sepan ustedes, señorones de despacho y silla de cuero, que en
este país los mayores de 30, de 40 y de 50 también queremos trabajar porque
casi todos tenemos que mantener a hijos que a este paso nos mantendrán a
nosotros ya que van a ser los únicos que
trabajen. Piensen que a los de 30 y 40 sobre todo, y gracias a sus
reformas, aún les quedan muchos años por cotizar a esta Seguridad Social que
también se quieren cargar antes de poder jubilarse y vivir una digna tercera
edad; si es que en este país alguna vez se vuelve a vivir dignamente.
Y yo, que soy coetánea de nuestra
Constitución, empiezo a preguntarme si tanto ella como yo nos estaremos
quedando obsoletas para ciertas cosas y cuánto tiempo van a tardar los
poderosos en mandarnos al baúl de los recuerdos. En fin, que lo que de verdad
me asusta es tener que decir algún día que “cualquier tiempo pasado fue mejor”.