Cuando estamos más cerca de octubre
que de septiembre, cuando los días ya decrecen, cuando el tiempo libre ya
escasea, en Galicia, y sobre todo en el interior, seguimos por encima de los
30º. Y como estamos en el país del “nunca llueve a gusto de todos”, esto tiene
lógicamente su parte buena y su parte mala.
Los amantes del sol, del calor y del
verano eterno están encantados porque pueden seguir saliendo a la calle en
mangas de camisa (excepto a primera hora de la mañana), porque pueden seguir
luciendo moreno al pie de playas, ríos, termas y embalses y porque pueden
seguir tomando un café en una terracita hasta bien entrada la madrugada. Sin
embargo, los que ya están aburridos del calor, de no poder conciliar el sueño
hasta cinco minutos antes del sonido del despertador y los que viven del
comercio textil, por ejemplo, están rezando que llueva.
Y luego estamos aquellos que pedimos a
gritos la lluvia por motivos algo más prosaicos y un poco menos económicos;
para que podamos poner fin a la temporada de incendios forestales.
Este año son ya muchas las hectáreas
consumidas por el fuego en Galicia, bueno, este año y todos los años porque
esto se ha convertido en la pesadilla de todos los veranos. Esta vez han sido
especialmente dañinos tanto en pérdidas materiales como paisajísticas. Nos
hemos cargado el Monte Pindo cargándonos de paso la oportunidad de todos
aquellos que no lo conocían de disfrutar de sus vistas, de su naturaleza, de su
privilegiada situación en el mapa. Hemos vuelto a ver la costa y la montaña
vestidas de negro y el miedo y la desesperación de quienes se sienten
impotentes ante el fuego. Y nos hemos cargado partes de la Ribeira Sacra y de
los Cañones del Sil cuando lo que deberíamos hacer es todo lo humanamente
posible para conservar y proteger tal cantidad de patrimonio (cultural,
artístico y natural) por metro cuadrado. Y esto por no hablar del Parque da
Baixa Limia-Xurés que se quemó hace un par de veranos.
Dicen de los gallegos estamos hechos
de otra pasta y sabemos reponernos de estas situaciones, sobre todo porque
nunca nos ha quedado otra alternativa y no me cabe la menor duda de que al
igual que limpiamos piedra a piedra el petróleo del Prestige, reforestaremos
hectárea a hectárea la superficie arbolada perdida.
Pero aún así no puedo dejar de
preguntarme qué intereses hacen que en Galicia se queme más masa forestal que
en el resto de CCAA, por qué no hay una ley forestal que por lo menos intente
paliar la situación, por qué no se aumentan las penas para los pirómanos y sí
para aquellos que roban por hambre y por qué parece no interesarle a nadie que
se queme aquello que nos da de comer y que es parte de nuestra identidad como
pueblo.
Sé que hay muchas respuestas posibles
pero no consiguen satisfacerme así que a la espera de que los que mandan digan
o hagan algo que no me haga sentir vergüenza de vivir en este país, dejo esta
reflexión porque sé que sois muchos los que sentís como yo y porque al fin y al
cabo las penas compartidas, pesan menos.