Quizá
este artículo debería empezar por aclarar qué es la interpretación, pero hay
montones de definiciones para esta disciplina así que no me voy a detener en
explicaciones, citas, referencias bibliográficas ni estudios en profundidad
sobre el tema, que, por cierto, los hay, y muchos y buenos. Simplemente me
limitaré a decir que interpretar el patrimonio es tan sencillo y a la vez tan
complicado como poner el sentido común y la sensibilidad personal de cada uno
al servicio de lo que los ojos perciben. Si usted, ya sea como visitante o como
profesional, carece de alguna de estas dos características, entonces, sin ánimo
de ofender, dedíquese a otra cosa y a otro tipo de experiencia turística porque
como profesional no va a conseguir que su público se vaya satisfecho y como
visitante, se a aburrir soberanamente y no va a entender nada de lo que se
intente transmitir. Y les explicaré el por qué.
Pongamos
el caso de que usted es un profesional que trabaja en un “centro de
interpretación”. En el mejor de los casos su tarea consistirá en recibir al
público, saludarles amablemente, repartirles un folleto explicativo y guiarles
a través del recorrido interpretativo. Si tiene usted la gran suerte de poder
interactuar con el público y explicarles lo que van a ver tiene dos opciones; o cerrar los ojos,
relajarse, dejar que la belleza, la historia y la cultura intrínseca del
patrimonio que va a explicar le calen la piel e interpretar; o memorizar un texto previamente escrito por alguien
que seguramente tampoco entendió nada de lo que veía y “soltarlo” a bocajarro a los incautos visitantes que entren en el
recinto.
Por
otro lado si usted es visitante de cualquiera de estos centros, apuesto a que
la mayoría de las veces ha salido usted igual que ha entrado, que lo único que
ha visto es un local lleno de paneles expositivos, fotos y alguna que otra video
proyección que le han dejado con la sensación de que se podía haber ahorrado la
parada y, lo peor, apuesto a que una vez fuera del centro, a la media hora
usted no era capaz de recordar nada de lo que leyó en dichos paneles,
suponiendo que sea usted de los que leen esos paneles. Yo, por ejemplo, nunca
lo hago porque la experiencia me dice de antemano que no me van a servir de
nada.
Qué
quiero decir con todo esto. Que los mal llamados “centros de interpretación” no
sirven para nada, excepto para justificar una serie de inversiones a menudo de
bastantes cifras, que engorden el apartado de logros del programa político de
cada partido en cuestión. Y es que en este país pasan los años y todo sigue
igual. Ni siquiera ahora que vivimos en la época de los recortes, de la
inexistencia de obra pública, de los endeudamientos de los poderes públicos,
del debate sobre duplicidades, etc, etc, repito, ni siquiera ahora nuestros
políticos quieren entender que, si tienes una cantidad de dinero “x”, la que
sea, mejor apuesta por crear empleo serio y déjate de levantar edificios
inútiles a los que les vas a poner un nombre tan inútil como su función.
Un
recurso patrimonial, el que sea, no necesita ni necesitará nunca de un edificio
en medio o en sus inmediaciones que se llame Centro de Interpretación, Centro
de recepción de visitantes, o como quieran llamarlo. Un recurso patrimonial se
interpreta por sí sólo; lo único que necesita es mantenimiento y cuidado y uno
o dos intérpretes que transmitan al
público su valor. Como ven, resalto la palabra intérpretes, porque otro error
en el que caen continuamente nuestros sabios políticos es creer que cualquiera
puede interpretar. El error es lógico porque ya me dirán que van a saber
nuestros responsables políticos de charlas “amenas”, “pertinentes”, “organizadas”
y “temáticas”; ni de audiencias cautivas o no cautivas ni de los diferentes
tipos de charlas, que no discursos. Cierto es que un político no puede saberlo
todo pero a menudo están rodeados de un sinfín de asesores que, al menos en
este caso, tampoco se molestan por hacer bien su trabajo. Pero en fin, éste es otro tema y tiempo habrá
para analizarlo.
A lo
que iba, y como conclusión, que todavía no hemos aprendido a poner en valor
nuestro riquísimo y abundante patrimonio; que seguimos pensando que invertir el
poco dinero público del que se dispone, y que por cierto sale de nuestros
maltrechos bolsillos, en este tipo de centros es una buena inversión porque así
en las próximos comicios electorales podremos presumir de haber apostado por
nuestro patrimonio, que nuestros políticos siguen pensando que los turistas que
nos visitan, nacionales o no, son tontos y comulgan con cualquier patraña que
se les ofrezca y que mientras esto pasa, estamos perdiendo una cantidad de
tiempo y dinero que será irrecuperable. Mientras en este país no entendamos
ciertas cosas básicas y de “sentidiño” que se dice en mi tierra, ya nos podemos
ir olvidando de salir airosos de ésta.