Hace unos meses se publicaba en el
Boletín de la Asociación para la Interpretación del Patrimonio (AIP) un
artículo de Anna Escarpanter Llandrich titulado “El conocimiento del público condiciona el grado de placer turístico”
en el que con muy buen criterio se juega con la palabra “conocimiento”. Digo
que se juega porque esa palabra esconde un doble sentido; por un lado el
conocimiento que el turista espera recibir cuando asiste a cualquier actividad
interpretativa y el conocimiento que cualquier guía, museólogo o intérprete
debe de tener de su público si pretende que su mensaje llegue a calar en sus
visitantes.
Y es aquí en donde yo quiero incidir
aportando mi granito de arena. Es tan importante que el mensaje que queremos
transmitir impacte en nuestro público que de ello puede depender el éxito o el
fracaso de nuestro trabajo. Como se dice en el mencionado artículo, todos somos
público y por lo tanto, todos somos egocéntricos. Esto es algo que desde hace
años se sabe y se maneja muy bien en campos como la publicidad; pensemos si no
en qué tipo de mensaje publicitario recordamos con mayor facilidad;
evidentemente será aquel al que inconscientemente hemos ligado algún momento de
nuestra vida bien sea por la música evocadora, por el slogan impactante o
porque nos ha hecho reír (o llorar, que también los hay).
Bien, pues en la interpretación del
patrimonio sucede lo mismo. Es necesario conocer a nuestro público para poder
llegar a impactarles. Y no se trata de hacer un test psicológico de cada uno de
ellos sino que es mucho más sencillo; basta con hacer referencias a un pasado
común; a un momento histórico relevante o simplemente usar la empatía, que no
es más que ponerse en el lugar del otro, para que nuestro mensaje sea efectista
y sobre todo efectivo. Además, el fin último de cualquier interpretación es que
el visitante se “enamore” del recurso interpretado y ese verbo es esencial. Todos
alguna vez nos hemos enamorado y sabemos que ese sentimiento va unido a otros
como protección, respeto u orgullo. En el caso del patrimonio, si nuestro
público se enamora del bien interpretado conseguiremos no sólo que al finalizar
la visita se quede con un gran grato recuerdo sino que nazca en él la necesidad
de respetar y proteger ese bien y el
orgullo de sentir que pertenece a algo.
Y para conseguir ese enamoramiento,
los intérpretes o guías tenemos que manejar a la perfección el lenguaje y por
supuesto debemos distinguir entre “charla” y “discurso”. Parecen sinónimos pero
hay un leve matiz que los diferencia y es que “charla” tiene un carácter más
informal, mientras que “discurso” lleva implícito un significado más académico,
más serio. Una charla es aquello que se desarrolla en un ambiente amistoso y
cómodo; el ambiente en el que queremos que se encuentre nuestro público. El éxito de la charla dependerá evidentemente
de nuestra actitud como intérpretes, actitud a la que Tilden denominó “El
Ingrediente Inestimable” y ese ingrediente se tiene o no se tiene; se siente o
se siente, por eso, y en la línea de otros artículos ya publicados en este
blog, repito que no cualquiera puede ser intérprete del patrimonio. Si además
de conseguir que nuestra charla llegue al público, podemos (si el recurso lo
permite) hacer que los visitantes se involucren en cualquier actividad de
campo, nuestro éxito estará asegurado al 100%.