Páginas

miércoles, 26 de junio de 2013

ENAMORÁNDONOS DEL PATRIMONIO

Hace unos meses se publicaba en el Boletín de la Asociación para la Interpretación del Patrimonio (AIP) un artículo de Anna Escarpanter Llandrich titulado “El conocimiento del público condiciona el grado de placer turístico” en el que con muy buen criterio se juega con la palabra “conocimiento”. Digo que se juega porque esa palabra esconde un doble sentido; por un lado el conocimiento que el turista espera recibir cuando asiste a cualquier actividad interpretativa y el conocimiento que cualquier guía, museólogo o intérprete debe de tener de su público si pretende que su mensaje llegue a calar en sus visitantes.
Y es aquí en donde yo quiero incidir aportando mi granito de arena. Es tan importante que el mensaje que queremos transmitir impacte en nuestro público que de ello puede depender el éxito o el fracaso de nuestro trabajo. Como se dice en el mencionado artículo, todos somos público y por lo tanto, todos somos egocéntricos. Esto es algo que desde hace años se sabe y se maneja muy bien en campos como la publicidad; pensemos si no en qué tipo de mensaje publicitario recordamos con mayor facilidad; evidentemente será aquel al que inconscientemente hemos ligado algún momento de nuestra vida bien sea por la música evocadora, por el slogan impactante o porque nos ha hecho reír (o llorar, que también los hay).
Bien, pues en la interpretación del patrimonio sucede lo mismo. Es necesario conocer a nuestro público para poder llegar a impactarles. Y no se trata de hacer un test psicológico de cada uno de ellos sino que es mucho más sencillo; basta con hacer referencias a un pasado común; a un momento histórico relevante o simplemente usar la empatía, que no es más que ponerse en el lugar del otro, para que nuestro mensaje sea efectista y sobre todo efectivo. Además, el fin último de cualquier interpretación es que el visitante se “enamore” del recurso interpretado y ese verbo es esencial. Todos alguna vez nos hemos enamorado y sabemos que ese sentimiento va unido a otros como protección, respeto u orgullo. En el caso del patrimonio, si nuestro público se enamora del bien interpretado conseguiremos no sólo que al finalizar la visita se quede con un gran grato recuerdo sino que nazca en él la necesidad de respetar  y proteger ese bien y el orgullo de sentir que pertenece a algo.

Y para conseguir ese enamoramiento, los intérpretes o guías tenemos que manejar a la perfección el lenguaje y por supuesto debemos distinguir entre “charla” y “discurso”. Parecen sinónimos pero hay un leve matiz que los diferencia y es que “charla” tiene un carácter más informal, mientras que “discurso” lleva implícito un significado más académico, más serio. Una charla es aquello que se desarrolla en un ambiente amistoso y cómodo; el ambiente en el que queremos que se encuentre nuestro público.  El éxito de la charla dependerá evidentemente de nuestra actitud como intérpretes, actitud a la que Tilden denominó “El Ingrediente Inestimable” y ese ingrediente se tiene o no se tiene; se siente o se siente, por eso, y en la línea de otros artículos ya publicados en este blog, repito que no cualquiera puede ser intérprete del patrimonio. Si además de conseguir que nuestra charla llegue al público, podemos (si el recurso lo permite) hacer que los visitantes se involucren en cualquier actividad de campo, nuestro éxito estará asegurado al 100%.

martes, 18 de junio de 2013

LA SATISFACCIÓN DEL TRABAJO BIEN HECHO

Hoy escribo este post con el único objetivo de ensalzar el trabajo de los chicos del Departamento de Información y Didáctica de la “Cidade da Cultura” de Santiago de Compostela.
Recientemente he tenido el placer de visitar la exposición “Orinoco. Viaje a un mundo perdido” y de mi experiencia no puedo sino resaltar el lujo, lujazo, que es para la vista y los oídos dicha exposición. Una colección completa, perfectamente musealizada y sobre todo, lo que es más importante, interpretada. Resalto esto porque no es fácil hacer este tipo de exposiciones cuando tienes un espacio tan inmenso como el que tienen allí. Las propias dimensiones del complejo hacen que se corra el riesgo permanente de tener la sensación de vacío, de espacio sobrante y sobre todo de pérdida, de no saber cómo empezar a moverse. Uno se siente muy pequeñito en medio de la inmensidad. Más aún cuando es la única exposición que acoge el recinto en la actualidad. Será una complicada tarea llenar tales espacios con exposiciones lo suficientemente interesantes para el gran público, pero hay que recordar que el complejo aún es joven y que apenas ha echado a andar. Desde luego, el reto será cuando menos interesante.
Otro reto supuso el guiar por la exposición a grupos de niños y adolescentes; conseguir que se motivasen con lo que veían, que no se perdiesen en el edificio y sobre todo, que el visitar una exposición no fuera sinónimo de aburrimiento sino conseguir que saliesen de allí habiendo aprendido algo sobre una cultura tan diferente a la nuestra y a la vez tan cercana y que pasasen un buen rato.
Con este propósito, la gente del departamento de Información y Didáctica ideó un campamento infantil en la planta baja, campamento con colchonetas, pelotas, juegos, hamacas, etc en donde los niños pueden esparcirse y relajarse con total libertad al mismo tiempo que aprenden. Si además, saliese adelante el proyecto de pasar una noche en el museo en la que los niños se quedan a dormir en la instalación, sería, seguro, un gran éxito.
Así pues, finalizo ya dando muchos ánimos a estos chicos y chicas para que no dejen de imaginar y de proponer, porque demuestran con su trabajo que eso de la generación de jóvenes más preparada de Europa no es un mito, porque tienen talento y ganas de trabajar y porque eso se transmite al gran público, al que les visita y tiene el placer de conocerles, y porque seguro, seguro, que poco a poco irán consiguiendo grandes cosas.
Gracias Miguel por la visita a la “Cidade” y por extensión a Adriana por la compañía. Sois fantásticos.